Matt Hummel, el coleccionista de autos oxidados
Cerca de Sacramento, la capital de California, Estados Unidos, Matt Hummel vive a fondo su pasión por los autos con pátina (óxido, herrumbre). Sigue así la moda de preservar lo auténtico. Este coleccionista esconde tesoros muy especiales en su garaje: piezas Porsche originales ¡sin restaurar!
Escoger, lijar, lavar… En la particular búsqueda del tesoro del estadounidense Matt Hummel estos pasos son completamente superfluos, pues no le atrae el brillo sino el óxido. Un ejemplo es su último hallazgo, un Porsche 356 A 1600 de 1956. Este cupé está recubierto de una pátina sobre la que a su vez se ha depositado pátina. De los asientos brotan fibras de coco y en el espacio para los pies brilla la lámina de metal desnuda.
El auto está aparcado en la entrada de Auburn, un suburbio de Sacramento. Con la naturalidad propia de su edad, este deportivo clásico muestra con orgullo las huellas del tiempo. Hummel pasa la vista por la silueta del Porsche: “Este 356 se halla exactamente en el mismo estado en que lo encontré. Me gusta su autenticidad. Ha vivido mucho y sigue ahí. Quiero conservarlo como si fuera una máquina del tiempo, no devolverlo a su supuesto estado original”.
A Hummel le gusta conducir este 356 de aspecto débil y agotado tal y como está, sin maquillar ni embellecer. Y se justifica sin ambages: “Un Porsche está fabricado para ser conducido, no para ser guardado en un garaje”. En su día, los conductores pegaban números en las puertas y se iban a competir en la primera carrera que encontraban. Los autos rodaban con golpes y arañazos con el único fin de llegar a la meta y los pilotos de carreras mostraban una sonrisa particular en el rostro. A Hummel le gusta filosofar, pero sin tomarse demasiado en serio a sí mismo. Abre la puerta del conductor y esboza una mueca graciosa al oír el chirrido. “Suena bien, ¿verdad?”. Entonces nos hace una seña y dice: “Vengan, les mostraré mi casa y algunos otros Porsche”.
Matt Hummel junto al ‘Don 176’, su Porsche 356 A 1600 de 1956
Al llegar al siguiente cruce, Hummel saca el brazo por la ventanilla para indicar que va a girar por allí. ¿Quién necesita intermitentes? El robusto 356 avanza por una carretera sin asfaltar. A pesar de su aspecto desaliñado, el vehículo muestra su dominio al tomar con ligereza las curvas y los accidentes del ondulado terreno. El trayecto acaba cuando Hummel llega a su propiedad en medio de la montaña.
En un terreno rodeado de vegetación, el 356 se reúne con los otros miembros de la familia automovilística de Hummel: junto a un Porsche 911 Carrera 3.2 de 1986, hay aparcados un 912 de 1966, un 356 A Super de 1958 y dos 356 descapotables de 1952. Esta pareja de 356 sin techo es el bien más preciado de nuestro buscador de tesoros: “Ambos autos tienen números de chasis consecutivos. Fueron construidos exactamente uno después del otro”. El primero acaba en 4 y el segundo en 5. Hummel, de 39 años de edad, se siente satisfecho. No nos quiere develar dónde consiguió estos dos Porsche, pero nos guiña el ojo y nos dice: “A veces es tan sencillo como que los autos me encuentran a mí”.
El interés de Matt Hummel por la chapa añeja empezó muy pronto. A los 16 años, cuando era estudiante de arte, comenzó a buscar piezas raras durante las vacaciones. Al principio se interesó por los componentes de Volkswagen. Rastreó medio California en su búsqueda. Luego con sus amigos oyó hablar de la existencia de grandes cantidades de recambios de Volkswagen en Birmania y Tailandia, y se lanzaron a la aventura. “En aquella época no me sentía afortunado hasta que a los pies de mi cama del hotel no veía montones de ventanas Safari abatibles de furgonetas VW Samba”. De vuelta a Estados Unidos, vendía esas piezas tan singulares. “Cuando comercias con piezas históricas de Volkswagen en algún momento vas a parar automáticamente a Porsche”, explica Hummel.
El Porsche 356 A 1600 de 1956, propiedad de Matt Hummel
El granero situado junto a la casa es su particular cámara del tesoro. El coleccionista almacena allí un fondo acumulado en los últimos 10 años. De sus bienes rescata una caja de cartón, la abre, saca unas piezas de plástico de color verde brillante y las sopesa en la mano como si fueran gemas. “¡El Santo Grial! Las últimas vacaciones con mi ex novia las pasé buscando esto”, dice sonriendo y mostrando orgulloso un juego completo de botones antiguos de un tablero de mandos de Porsche. “O esto…”: el amante de los Porsche corre hacia la otra punta del granero y abre el portón trasero de uno de los 356 descapotables. “El motor que va aquí se encuentra en la sala de estar”. La visita guiada prosigue con una lata repleta de tornillos Kamax y un cajón con pistones de 80 milímetros procedentes de la producción del antiguo Porsche pre A. “¡Oro puro!”. Al lado, toda una estantería llena de retrovisores exteriores dirige la luz del sol hacia un motor situado en el lado opuesto. “Ahí está: el primer motor de carreras de Porsche. El 1500 Super de 1954, abreviado 502. ¡Toda una rareza! Es fascinante ver lo similares que eran los primeros Porsche y Volkswagen en cuanto a tecnología”. El californiano vendió hace poco un ejemplar de este motor a un comprador austríaco.
“Cuando me llama alguien que tiene un Porsche raro, voy encantado a mi cámara de los tesoros y busco la pieza adecuada para él”. Matt Hummel sabe que el destino de algunas joyas es pasar de mano en mano.
Nota: Artículo escrito por Bastian Fuhrmann. Fotografías de Jay Watson.